Había dos enormes jacarandas en el patio de mi niñez. Había un árbol de peragua, tres de mango, diez de níspero, como cuatro de guayaba o de cas. Con los brazos abiertos yo abarcaba apenas un cuadrante del tronco del primer jacaranda. En la niñez todo es enorme, en la madurez más aún. En la niñez porque uno es pequeño, en la madurez porque ni modo, todo es enorme.

domingo, 10 de junio de 2012

Kyrenia


Hace poco conversé con un viejo amigo. Recién lo conocí, pero ya está viejo. Bueno, un poquito. Tras muchos años de matrimonio tuvieron un hijo. “Diego”, me dijo que le habían puesto, y me apresuré a ponderar ese nombre por ser uno de los pocos en español que no tienen traducción directa en otros idiomas.
En tono afable de buen profesor, explicó: “Diego es Yago, en portugués Tiago, que desde el español antiguo se transformó en Sant Yago, o sea Santiago, porque el apelativo de santo, en este caso particular, se adhirió al nombre”. Vio mi cara de interés y prosiguió: “Yago, a su vez, proviene de Yacob, en hebreo Ya´akov, en árabe Ya´qüb, es decir… Jacobo”.
“O sea”, acoté, “¿a fin de cuentas un Jack y un Diego son tocayos?”
“Más o menos”, sonrió, y pasamos a otro tema.
A los días gugulié el asunto, y resulta que ese nombre, de uno de los patriarcas de la Biblia, significa “el que pelea por Dios” o bien “sostenido por el talón”. Por cierto que es una curiosa dicotomía de acepciones, a menos de que Dios lo sostenga a uno por los talones mientras combate en el inframundo.
Existe, en materia de nombres de persona, la idea de una clase de los que sí son “correctos”. Léase nombres “de verdad”, que suelen ponerse en las familias “de bien”, “cultas”, “tradicionales”, etc. Podría entretenerme un buen rato caracterizando la cuestión.
Ya alguna vez me dediqué a garrapatear algunas de estas reflexiones en el artículo “Greivin y Yorleny”, que está incluido, bajo la etiqueta “Artículos”, en este mismo blog. Hice una breve glosa de los rasgos que permiten tipificar nuestros hábitos –de los ticos – a la hora de bautizar criaturitas. Anoté las terminaciones en “y” (Keily, Heily, Mindy, Cindy, Wendy), las dobles “t”, la proliferación de “k”, las “h” intercaladas, etc.
No niego que me alimentó u orientó el prurito ya referido. Hice mi exploración desde el prejuicio de los nombres “correctos” que, según caigo en la cuenta, establecen el primado de la nomenclatura bíblica, hebrea en principio y cristiana por extensión.
¿Se vale la rebeldía?
¿Por qué “Alejandro” ha admitido tantas formas, a partir del hitita “Alaksandu”, del siglo 13 antes de Cristo, y de su etimología griega αλέξω («proteger») y ἀνδρός («del hombre»)? ¿De qué manera ha pasado otro tanto con Miguel, Michael, Mikhail, Ma i Keul (esto es en coreano, por si alguien no sabía), Micael, Michel, hasta llegar a nuestros contemporáneos Máicol o Máikel?
Creo que con los años y siglos van variando los nombres justamente porque se vale la rebeldía. Ahí tenemos, cercano, el ejemplo de Cuba. Abundan los (las) Yeniusky, Yuleikis, Diulkeny… y uno no sabe el sexo de quien recibió el apelativo hasta que lo (la) conoce. Ahí sí que cabría hablar en “los y las”, que está tan de moda. “Los y las Yunieskys”.
Sé que en otros lugares del Caribe (en República Dominicana, que conozco bien), al igual que en Cuba, se explora la posibilidad de nuevos nombres mediante la combinación de los de los progenitores. Trabajé en Santo Domingo con un ingeniero informático, el buen amigo “Raymi”, hijo de Ramiro y Milagros. Vaya el saludo, por si aca.
Ese me parece un algoritmo de velocísima convergencia hacia la innovación total. Hago tres iteraciones. Manuel y Sofía engendran a “Mafía”. Roberto y Amalia procrean a “Amalierto”. Luis y Dolores a “Doloruis”. Ricardo y Margarita a “Marcardo”. Luego, Mafía y Amalierto a “Maferto” y Doloruis y Marcardo a “Maloruis”. Finalmente, Maferto y Maloruis a… “Mamá”.
Este deambular proviene, me lo crean o no, de algo que recordé hace un tiempo. Trabajaba yo como consultor en una empresa donde uno de los ingenieros de software era de provincia. Norteño, me parece. Tenía pequeños modismos y dichos que lo identificaban como de “allá para adentro”, y que me resultaban sobre todo simpáticos. Además, él era una demostración más del enorme beneficio que le produce al país su sistema estatal de educación superior.
Esforzado, subía la dura pendiente de los que rondan los treinta: construir casa, pagar préstamos, la llegada de los retoños…
“Rodolfo, la semana próxima no vengo a la oficina, porque voy a ser papá”, me dijo un día de tantos. “¡Felicitaciones!”, le respondí “¿cómo le vas a poner?”.
“Kyrenia, va a ser una chiquita”.
Confieso que por un instante pensé: “¡Oh gente y qué inventos!”. Pero me abstuve de cualquier gesto de reprobación y con todo interés le pregunté: “¿Por qué Kyrenia?”. “Es que mi abuelo fue marinero, el único allá del pueblo que alguna vez anduvo embarcado”. “Cuando volvió y compró con sus ahorros la finquita, siempre nos decía que el lugar más hermoso que conoció en todo el mundo se llama Kyrenia, es un puerto en Chipre”. “Siempre soñó con volver”, agregó, “y poco antes de morir él, yo le prometí que cuando tuviera una hija, le pondría así”.
He buscado Kyrenia en la red. De veras que la hija del ingeniero se merecía ese nombre. El lugar es realmente una belleza, con una historia milenaria. He aquí una imagen de lo que vio el viejo marinero:

Kyrenia harbour with the reflection of the boats on the sea surface.

1 comentario:

  1. Te faltó Jaime, que al igual que Santiago, Jacobo, Yago y Diego son el mismo nombre en español.

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