Había dos enormes jacarandas en el patio de mi niñez. Había un árbol de peragua, tres de mango, diez de níspero, como cuatro de guayaba o de cas. Con los brazos abiertos yo abarcaba apenas un cuadrante del tronco del primer jacaranda. En la niñez todo es enorme, en la madurez más aún. En la niñez porque uno es pequeño, en la madurez porque ni modo, todo es enorme.

jueves, 31 de mayo de 2012

Zancadillas mágicas de la memoria


Me han dicho que tengo buena memoria, quizá por algún número de teléfono que asocié a la forma de una ventana; de un aroma de café parecido a un jaque mate; del estribillo de una canción que me trae de vuelta al quiebre de una cadera.
Amparado a esa ilusión, afirmé varias veces que, de lo poquísimo que leí de poesía del siglo de oro, mis endecasílabos predilectos pertenecen a Quevedo:
Ya no es ayer, mañana no ha llegado;
hoy pasa, y es y fue, con aliento
que a la muerte me lleva despeñado.
Años más tarde, atrapado por la inmediatez con que Internet resuelve la abulia de tener que ir a buscar el tomo en cuestión en el caos de la biblioteca, supe que el segundo no era así, si no que de este modo:
hoy pasa, y es y fue, con movimiento
Desencantado, se lo comenté a un amigo poeta. “Quevedo también habría preferido aliento”, dijo con impecable diplomacia, “pero estaba jodido por la métrica”.
Hace pocos días envié a la escritora guayaquileña Solange Rodríguez, micro-relatista, crudas reflexiones sobre este sub-género. Me acordaba, como cualquiera que se haya acercado al tema, del Dinosauro de Monterroso:
“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”.
En la Wiki me remitieron a otro micro-relato célebre, El Emigrante, del mexicano Luis Felipe Lomelí:
“¿Olvida usted algo? -¡Ojalá!”
            Dije, en esas breves notas, que un problema crucial del micro-relato está en el deslinde. Como punto de apoyo, traje a colación la célebre frase de Cortázar que usé de epígrafe en “El Emperador Tertuliano…”:
            “¡Qué risa, todos lloraban!”
            Luego se me ocurrió referir uno de los haikus de Bashó que más le gustaban a Joaquín Gutiérrez:
            “Desde su charca, la voz del sapo viene a verme”
Mi pregunta –inquietud- era simple: ¿por qué no admitir como micro-relatos esas gemas de Cortázar o de Bashó?
Antenoche releí a Borges, sana costumbre que no debe perderse. Buen pirata que soy, descargué a don Jorge Luis completo en mi “kindle”, y abrí Ficciones. Vi Funes el Memorioso en el índice y se me descolgó del recuerdo otra genialidad que tal vez cabría incluir en el firmamento de los mejores micro-relatos:
            “Tenía el temor (la esperanza) de que lloviera”
¡Qué maravilla, sólo Borges es capaz!, pensé desde tropecé con esto, hará ya sus treinta años. ¡Cómo yuxtaponer el temor y la esperanza de esa manera, sólo Borges! En kindle no se “hojea” el texto, se “dedea”, es decir, se le pasa el dedo para que las páginas avancen. Pronto llegué a la imagen que tanto me ha conmovido siempre. Decía:
            “Tenía el temor (la esperanza) de que nos sorprendiera en el descampado el agua elemental
Sí, me rindo. Con las zancadillas de la memoria no hay quien pueda. Bueno, yo no podré nunca. Es más, antes de emprender estas líneas quise corroborar si Cortázar o Bashó escribieron eso que antes mostré, pero ya me dio miedo. O vergüenza. Dicen que me ruborizo fácil.

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