Había dos enormes jacarandas en el patio de mi niñez. Había un árbol de peragua, tres de mango, diez de níspero, como cuatro de guayaba o de cas. Con los brazos abiertos yo abarcaba apenas un cuadrante del tronco del primer jacaranda. En la niñez todo es enorme, en la madurez más aún. En la niñez porque uno es pequeño, en la madurez porque ni modo, todo es enorme.

miércoles, 26 de octubre de 2011

La UCR

Publicado en "Tinta Fresca", revista PROA de La Nación, marzo de 2010


Ahí está la plata que en otras latitudes se tragó el ejército…

He contado en el exterior que mi país tiene un campus universitario de muchas hectáreas y casi en el centro de la capital, con prados, veredas, facultades de letras colindando con las de tecnología y éstas con las de salud, y hasta dos riachuelos que confluyen bajo una cepa de bambú, junto a una reserva biológica.

Se sorprenden al oírme, y más aún cuando digo que ni en el auge de la izquierda, allá por los setentas y ochentas, fueron acribillados de graffiti sus edificios. Es que es una ciudadela preciosa, afirmo, y sólo es una entre varias, porque tenemos además hermosos centros regionales dispersos por todo el país. Ahí está la plata que en otras latitudes se tragó el ejército, digo poniéndome patriotero. Y ahí está la investigación, y la acción social y como si fuera poco está también la belleza, porque no hay estudiantes más guapas que las de mi institución.

Y bueno, hoy no estoy de viaje ni cayéndole gordo a los extranjeros. Escribo desde mi oficina en la Escuela de Computación e Informática, mientras recojo libros y libero el escritorio. Han pasado treinta y tres años desde que dí clases por primera vez, y hoy toca salir. Pensión, jubilación, retiro, así se le dice.

La edad trae de premio la perspectiva, y al observar todo lo que ha sido, es y debería seguir siendo la UCR, no puedo menos que sentirme profundamente orgulloso. ¿Cuántas veces vi a un muchacho o muchacha con los jeans rotos, y terminando de engullir un cangrejo de “La Canela” (que habría de ser su única comida en todo el día) entrar a mi clase para resistir el esfuerzo de dos horas de concentración y estudio? ¿Y cuántas veces los vi, años después, con ropa y carro nuevos, cursando su maestría? ¿Cuántos eran de San Vito, de Quebrada Ganado, de Poás, del Puerto, de Puriscal para adentro?

¿Cuánto le debemos a nuestras facultades de salud los excelentes índices que tiene el país, y cuánto a la de ingeniería por las represas, los acueductos y los edificios antisísmicos? ¿Cuánto a la escuela de economía por la estabilidad y el desarrollo nuestros, paradigmáticos en la región? ¿Y cuánto a las demás unidades académicas, que no tendría aquí tiempo de mencionar?

Cierro la puerta y voy hasta el parqueo. A mis espaldas se va alejando la madre que alimenta, el alma máter. Habrá que mejorarle mucho, adaptarla a tanto cambio, rechazarle la amenaza neo liberal. Pero los ticos sabremos cuidarla, a ella y a sus hermanas menores, sean la UNA, la UNED o el ITCR. Estoy seguro que así será, porque planeo seguir viniendo por aquí mucho tiempo, aunque ya haga trencito. Hasta luego, amiga.

P.S.

Recibí muchas demostraciones de cariño por este texto; supe, además, que luego fue publicado por la propia UCR con motivo de alguna celebración. No he podido hallar esta segunda versión, de la que me enteré porque me llegaron nuevos correos de agradecimiento. No es a mí a quien debe darse gracias, es a la UCR, a nada o nadie más.

1 comentario:

  1. Es una bella apología.

    Esa imagen del peón de finca y el obrero casi analfabetos, que tuvieron la oportunidad de enviar a sus hijos a la universidad (pública, claro esta) se me hace cada vez más difusa y distante... temo que esa Costa Rica de la movilidad social estamos a punto de perderla, o lo que es peor, ya la perdimos...

    Hoy son los hijos de esos universitarios hijos de aquellos campesinos y peones... la meta no es surgir... la meta ahora es mantener el estatus quo.

    Saludos

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